Wednesday, January 11, 2006

 

Reforma, participación y gobernabilidad de la UN, Jaime Ramos Arenas, (Carta UN, Miércoles, 04 de enero de 2006)

Reforma, participación y gobernabilidad de la UN
Profesor Jaime Ramos Arenas
Departamento de Filosofía

Un cambio en la mentalidad de los profesores y los estudiantes hacia la construcción de una universidad que responda de mejor manera a las necesidades del país, es lo que realmente necesita la educación superior en Colombia.



Un proceso de reforma académica y administrativa, sin importar cuan bien se lleve a cabo, introduce necesariamente un factor de inestabilidad en una institución educativa. Dada la inercia natural del espíritu humano, los cambios generan siempre tensión y resistencia. Si, adicionalmente, los cambios afectan los intereses de grupos dentro de la institución, la oposición a los mismos es inevitable. En el caso de las reformas que la actual administración de la Universidad Nacional ha adelantado, el proceso se dificultó particularmente, tanto por la oposición cerrada que enfrentaron las directivas desde el inicio mismo de su administración, como por su escaso poder de convocatoria para conseguir una participación efectiva de los estamentos de la Universidad en la consolidación de los procesos de reforma. Éstos fueron percibidos por algunos como algo que se impuso desde arriba (y desde el malquerido gobierno) y que se fundaba en una ideología neoliberal y mercantilista y en un modelo de educación foráneo.

Ciertamente, ningún modelo de educación es ideológicamente neutro, y la manera como funcionan las universidades en todo el mundo está, de alguna manera, sujeta al modelo económico y político imperante. Sin embargo no encuentro en la menguada reforma académica plasmada en el Acuerdo 037, elementos que permitan sugerir un viraje de una educación más democrática y con mayor contenido social a un modelo más mercantilista. ¿En qué sentido los inflexibles y monodisciplinarios programas curriculares que hemos tenido hasta ahora fomentan un pensamiento más crítico y una mayor autonomía por parte del estudiante? La vilipendiada adopción del sistema de créditos, en reemplazo de un currículo en término de cursos, simplemente facilita la comparación de nuestros programas con los de otras instituciones en términos de horas de trabajo por parte del estudiante. La reforma promueve también la formación de programas de estudio de pregrado más flexibles, más centrados en la adquisición de competencias cognitivas esenciales, más interdisciplinarios y menos atiborrados de cursos. En principio, todos esos propósitos son deseables. ¿Para qué enseñarle, de pasada, a un estudiante, digamos de Ingeniería, una enorme cantidad de información especializada, cuando en muchos casos no han aprendido adecuadamente los conocimientos básicos de matemáticas y física que son sus prerequisitos? ¿No es apropiado tener programas que permitan mayor flexibilidad para que el estudiante, debidamente guiado por un consejero, enfoque sus estudios según sus intereses y complemente su formación con el examen de áreas distintas?


Esto no significa que no haya asuntos discutibles en el Acuerdo 037. Puede pensarse, por ejemplo, que un límite de 16 créditos por semestre sea demasiado bajo; aunque teóricamente ese número equivale a 48 horas de trabajo del estudiante por semana, esto generalmente no se cumple, pues los estudiantes no realizan todo el trabajo no presencial que un crédito supone. Por otra parte, está la dificultad de establecer un currículo que se centre en el desarrollo de las habilidades y competencias de los estudiantes. El propósito, desde luego, es loable, pero su implementación es muy difícil. No sabemos lo suficiente sobre las operaciones de la mente humana para determinar exactamente qué es lo que debe aprender un estudiante para adquirir tal o cual competencia cognitiva (no entro aquí en el asunto de las competencias laborales). En los medios educativos se habla mucho de desarrollar un pensamiento crítico y autónomo por parte del estudiante, incentivarle que "aprenda a aprender" y cosas por el estilo, pero no tenemos fórmulas para enseñarle a alguien que aprenda a aprender, o que construya buenos argumentos, y demás. La pedagogía es un área en la que tenemos que hacer más investigación, intentar modelos pilotos, medir sus resultados, etc.

Cambio de mentalidad

Considero que la Reforma Académica es razonable, aunque una reforma curricular, por sí misma, no va a mejorar los estándares de educación. Quizás más fundamental que el currículo o las técnicas pedagógicas, es la calidad del profesorado. Necesitamos profesores mejor cualificados y más comprometidos con la Universidad y con el país; profesores y estudiantes que tengan la convicción de que tenemos que darle un vuelco a la educación superior en Colombia. Esto es algo que no puede imponerse por la fuerza. Comparto, en general, el nuevo y más exigente estatuto profesoral adoptado por la Universidad; pero lo que en verdad necesitamos es cambiar la mentalidad del profesorado y del estudiantado de la Universidad (nada fácil de hacer). Es a mi parecer paradójico que los sectores de izquierda de la Universidad sean en realidad los más conservadores, cuando debería ser una ideología socialista la que, con mayor énfasis, sustente la necesidad de construir una universidad que responda de mejor manera a las necesidades del país. Esto implica crear una mayor cultura de trabajo en la Universidad. Sólo trabajando más duro podemos ofrecer a nuestros estudiantes la mejor educación disponible en el país y ayudar a formar adecuadamente a profesores e investigadores del resto del sistema público de educación superior. El papel de la izquierda no puede reducirse a defender intereses gremiales de profesores y trabajadores. La Universidad debe aportar investigaciones y conceptos cualificados sobre la problemática del país y no quedarse en la crítica fácil y el lugar común.

La Universidad debe también replantear los mecanismos de participación de trabajadores, profesores y estudiantes para hacerlos más eficaces y operativos. El actual sistema de representación unipersonal (un representante profesoral y otro estudiantil ante los Consejos Directivos de la Universidad), no recoge apropiadamente la heterogeneidad de la comunidad universitaria y los voceros son, en muchos casos, poco representativos de aquellos a quienes pretenden representar. No debe tampoco pretender imponerse un sistema de gobierno de la Universidad por democracia directa, la asamblea, o por elección directa de sus funcionarios. Las asambleas tienen necesariamente un papel coyuntural y simbólico; pueden mostrar la unidad de un grupo respecto a propósitos muy generales, allí no hay matices, pero no son el lugar propicio para discutir razonablemente los complejos asuntos de la Universidad. La adopción de un sistema "democrático" de elección directa de sus funcionarios, aunque prima facie pueda parecer justo, lleva en la práctica a un indeseable sistema de mecánica electorera, de intereses grupales, favores, etc. La Institución debe buscar un sistema de gobierno que armonice la participación de los estamentos con criterios de designación de sus funcionarios por méritos y calidades. La participación de la comunidad, sin embargo, debe ser más cualificada; la mayor parte de los estudiantes y muchos profesores desconocen el contenido de las reformas que se vienen adelantando en la Universidad.

Desde luego, una reforma educativa es imposible sin la decisión política del gobierno de otorgar a la Universidad los recursos necesarios para llevarla a cabo. Se necesitan más recursos para formar profesores, para adelantar investigaciones, para estimular por logros a los docentes. La universidad pública debe aprender a vivir con una precaria estabilidad. Conciliando el pluralismo, la participación y la crítica con una sana institucionalidad y unas reglas de gobierno claras. Debemos cuidarnos de no erosionar la institucionalidad hasta el punto de hacer a la Universidad inviable.





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